«Todo se movía y estaba quieto»

Cuando la fiesta…


“Todo se movía y estaba quieto”

Nada parece moverse,
todo está quieto salvo tú.

Aquí me encuentro;
en un abstracto día,
donde las sombras y las luces
juegan con tus pupilas y tu pelo.

Con ese moverte sin permiso,
a hurtadillas descalza, y un velo,
juegas con mi pasmada locura,
con ese movimiento tan fresco…,
que me seca la boca,
que me hace caer la baba.

Nada parece moverse.
Todo un agradable silencio…
Sólo sé que eres tú quien, pues,
no me hueles a nada.
Un deseo cumplido al fin!



Buscaba flotar y te alcancé.
Aunque estuviese ciego,
sabría dónde te encuentras.
Calcularía los milímetros que nos separan.

Y acertando me deberías una caricia,
y vas, y me sueltas una colleja.
Y desconcertado suelto un, ¡Wii!
Y sin quererlo, se me cae un cuesco.

Despavorida, huyes sin miramientos.
Y yo, tratando de enmendar tal entuerto,
remuevo el aire y abro los ojos.

¿Dónde estás amada de alguien?
Algo me huele. Pues olfato, conservo.
Te busco y busco más no te hallo.
¡Aquí estoy amada e inexistente!

Estoy entre las sombras y las luces,
con mis pupilas en el limbo;
haciendo caracoles con mi pelo y,
recogiendo una piña del suelo…

¡Piña sin nombre!
¡Espina de bravįdo limonero!
Hoy me robaste los sueños
tatuándome una flor en el cogote.

¿Qué dirá la gente siendo gente?

Me compraré un pañuelo
para anudármelo al cuello.
¡No he de venir más por aquí!
¡Maldito piñonero sin nombre!

María Preciosa Cabral Pérez. Imagen personal.