«Mientras, un nombre»
Mi nombre era arroyo.
Era luna creciente.
Era sol y universo.
Soy preciosa felicidad,
llorona hermosa y radiante luz,
que pule pupilas turbias.
Te observo con gratitud,
y sin el casi,
me muero a poquitos.
Con poco me desgrano,
me rompo en mil fragmentos.
Clavo uno en tu pecho esclavo.
Me sobrecoge el encantamiento
al verme rodeada de temores.
Se me entumecen los sentidos.
Experimento cálidas madrugadas.
Trapicheo con brisas siniestras que,
por valles transitan… al acecho,
en busca del transcurrir del tiempo.
¿Qué ha de ser de mi nombre de arroyo?
¿Qué será de la luna?
¡Dónde, el sol?, el universo…
¿Dónde, la preciosa, la felicidad?
¿Qué hay de la radiante luz y de lo hermoso
de las lágrimas?
¿Qué razón tiene dar esplendor a tu mirada?
La belleza se torna caracola marina.
Con su forma pinta historias
sobre corazones delicados y sutiles,
sobre fina arena rebosante de placer.
Detiene-se entre la maravilla.
Ipso facto vuelve-se lánguida roca.
Adquiere voluntad y, libera…
Por el inframundo que, por ser suyo,
no dará en descanso.
Indaga desde la tierra.
Háyase el cielo enajenado.
Hallase en la calma extraña,
lo pletórico de lograr lo imposible.
Por el contrario, así misma,
gracia o reconocimiento cedería.
Sólo el efecto de una causa.
Sólo el poder de lo sentido.
Un rápido vestigio,
una primera vez contempla la vida
pasando fríamente y,
sin excusas, con claridad;
en un instante…
Mi nombre sería arroyo,
luna creciente y llena.
Los soles y, por entero,
el universo sería…,
la felicidad personificada.
Acaso una hermosa,
llorona que irradia luz
en pupilas soeces.
Con influencias de
herencia maltrecha
por lo responsable, de la vida.
Me presento en forma y alma,
cayendo al vacío, sin retorno.
Mientras, la estúpida añoranza,
la estupidez del ingrato recuerdo,
alterna con la fuerza del destino
yendo de bares a cementerios.
Esa estúpida, que pasa lenta,
que firme pisa por donde le place,
derrama sangre en cascada,
se desprende de prejuicios
que pudiesen hacerle cama,
que quisieran hacerle sombra.
Mi nombre era arroyo.
Era luna creciente.
Era sol y universo.
Soy preciosa felicidad.
Llorona hermosa y radiante luz
que pule pupilas turbias.
Cuando de devuelta al infinito,
del que somos resilientes,
escucho:
_¡Confía, deja ir! ¡Deja, deja!
Sé como junco verde,
entre un millón de aquellos,
que se mecen con el viento,
que se baten con el huracán
para terminar en calma,
amándose con la brisa perdida,
para seguir creciendo libres;
en el olvido…,
entre sus simientes.
Mi nombre sería arroyo.
Sería una luna en creciente.
Habría de ser sol y universo.
Sería preciosa, feliz llorona,
habría de ser radiante luz
que puliría pupilas, turbias.
Ahora te deslizas
tras las sombras,
te mueres,
como la roca firme que,
se propuso ser estatua
resultando estar,
en mente y vida;
resultando parecer
desconocida. Y, en termino,
dejó plasmada su firma
sin acatar opinión alguna.
Por ello es por lo que se hizo fuerte.
Por eso no dejó de ser, una.
Mi nombre es arroyo,
luna creciente, sol y sol,
el universo, preciosa.
Felicidad llorona.
Soy una blanca y tenue luz,
una nebulosa sobre tus pupilas.
Mientras transcurre el tiempo…

María Preciosa Cabral Pérez.



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