«Un hecho vuela»
Incorporada en una cama, gracias a una montaña de cojines, seguía viviendo la inocente Lui. Esta cándida dama sostenía un bebé a duras penas al que besaba, hablaba y, al que le cantaba una nana que, por momentos, era engullida por su garganta. Lui le recolocaba a su ángel los faldones de puntilla y encajes que deberían de ser de algodón. Toda su ropita tenía que ser de algodón.
Su bebé, su bebé …, lindo querubín como ningún otro en el cielo y por los confines de los universos.
Marksé le seguía la corriente y cumplía con agrado lo que aquella dama tan inocente le pedía, intentando descifrar a duras penas lo que decían los susurros de Lui cada tres horas, sino, antes.
Tenía que amamantar a su bebé, pués no podía soportar que llorase, que pasara frío sin el calor de su madre o que se encontrara incómodo y sucio.
Transcurridos dos años, unas cenizas volaban sobre el río Támesis; en una noche de ensueño y terroríficamente desdichada.
Un hombre lloraba a una dama inocente y a su muñeco que, supuestamente, estaría ardiendo en los fogones de una mansión a más de trescientos kilómetros de dónde se encontraba Marksé, pero sus cenizas acabarían mezclándose con todos los desperdicios de aquel inmenso palacete y no volarían. Esas cenizas no no llegarían jamás hasta el mar.
María Preciosa Cabral Pérez


