«El arqueólogo»

“El arqueólogo “

En ciertos rincones se encuentran los mejores ejemplos de sabiduría y arqueología. Sin ir más lejos a la sombra de un árbol mustio, con falta de hojas y perdiendo  su sombra.

La sabiduría la puedes encontrar en un parque solitario con yerbajos secos y flores de ‘ lavanda,’ muertas. Allí está por las tardes de lunes a viernes y de cinco cincuenta hasta las ocho de la tarde. Allí estaba entre los meses de julio y octubre,  cuando el sol deja de ser salvaje.  El resto del año lo hacía a media mañana entre las once y veinte y, las dos de la tarde. Y allí sigue y se encuentra la sabiduría del arqueólogo.

A José Andrés le gusta en especial aquel banco de hierro forjado; aquel que le había encargado a un vecino del pueblo,  a Toño el herrero. Yo, a José Andrés, le llamo arqueólogo porque su cuerpo,  sus manos,  piel y facciones,  tienen tantas arrugas que parece un mapa de arqueología. No he visto ningún mapa de arqueología delante,  pero cuando los veo en los libros, mi imaginación es la que trabaja  y dejo que así siga haciéndolo. Cada uno de los surcos tallados sobre sus manos retorcidas por la edad,  sobre la piel de su cara y, todas ellas tan pronunciadas, encierran la sabiduría de un arqueólogo.

Pues claro que es y trabajó de arqueólogo. Por lo menos lo fue durante más de cincuenta años. José Andrés poseía toda esa sabiduría de más de cincuenta años que llevaba consigo. Un bastón de empuñadura tallada, de seguro que las piedras que también estaban incrustadas en la madera de tan estrambótico y personal bastón, serían importantes y tendrían gran valor,  más el brillo de tales piedras ya se había perdido por completo. Su bastón tenía el aspecto de una reliquia.

Se sienta sujetando el bastón tan codiciado entrelazando las manos y,  se  lo coloca entre las piernas haciendo de sus manos un comodín para apoyar su diminuta cabeza mientras espera ansioso la compañía de su tropa.

Ya los escucho,  ahí vienen Felipe, Tomás y Julián. Yo sí los escucho ,  José Andrés no,  porque está sordo como una tapia y aparte no ve bien.  Andrés despliega los codos y coloca su barbilla menuda y puntiaguda entre medias de la pizca del pulgar mirando al frente o, ¡aparentando que lo hace!  José Andrés es, para mí,  la mismísima lámpara de Aladino.  José Andrés es el genio que se sale, el que viene y se va, el que viaja hacia el pasado y te cuenta miles de historias que parecen de verdad, ¡ porque lo son! Cuando yo las contrasto no faltan detalles, no hay error alguno.

Estoy a tan solo un metro y medio de su cabeza. Lo oigo, lo veo, lo saludo, me río y, de vez en cuando meto alguna que otra baza poniéndolos a todos en jaque. ¡Bueno!, solamente lo hago cuando la cosa se queda parada o se quedan sin ideas. No tengo nada mejor que hace;  postrado estoy en la cama, con una pluma en la mano intentando escribir algo que tenga un mínimo de coherencia. Soy un enamorado de las plumas y la tinta que, no es lo mismo que…,  las medias tintas.

José Andrés es un personaje de lo más simpático.  Le encanta gesticular con las manos; no sé si se da cuenta de ello o lo hace de forma inconsciente, lo cierto es que, cada vez que me puedo asomar la cabeza por la ventana, y cuando se enzarzan los cuatro, Andrés remueve el aire de tal manera con sus manos que, hasta la calor del verano hace que para mí sea más llevadero. Remueve el aire que da gusto.

Anteayer no sé que dije. En estos momentos no me acuerdo, pero le  enfadé tanto que miró hacia arriba estirando su cuello pavón,  y me di cuenta de que sus ojos parecían estar dentro de un túnel. Mientras que él tiene cuello pavón, yo soy como las avestruces. Cuando veo peligro meto la cabeza bajo tierra…,¡ eso se dice  de las avestruces por ahí!

Ahora me doy cuenta de por qué llevaba consigo siempre,   aquel pañuelo blanco y arrugado entre las manos.  Porque sus ojos resecos lloraban sin motivo, sin pena alguna, a saber…?

Y otro día más…,  entre tantos, aquí está de nuevo. Está  igual que un gorrión sin  alas, pero con muchos vuelos. Todo él  es  un códice, una huella grandiosa del pasado y del presente.

Ahí está la sabiduría del uno y su todo, sumando respuestas a cada pregunta que brilla más que la anterior. A veces lo interesante de la vida no son las respuestas sino que son las propias preguntas que uno se hace; porque cuando uno se pregunta es porque tiene interés del saber y por el saber,  del conocer  lo desconocido. José Andrés no necesita más para entender del mundo, los ancestros o el universo entero, a pesar de que sus ojos están mustios y resecos, a pesar de guardar sus ojos dentro de un túnel del que brota un manantial de lágrimas.

Único dueño de sus arrugas, dueño y señor del conocimiento que dan ciento dos;  los años de vida que tiene. Les confieso que dado que tengo las dos piernas rotas y esto va para largo,  no son pocos los libros que han pasado por mis manos o las noticias que he escuchado llegando a la conclusión de que todo está escrito, todo está dicho, todo está más que hablado.

El día siguiente en que tengo que ir a la ciudad para las revisiones y las consultas los hecho a todos de menos pero sobre todo,  a José Andrés. Un arqueólogo, supuestamente feliz, con sus debates y sus cuatro amigos te encuentros y  batallas.  En cuerpo y alma debaten sobre todo y sobre  nada.  Cada uno habla y habla. Pienso que en pie de guerra está, ‘ la tropa’ y trato de poner orden.  La respuesta es unísona e inequívoca.

_¡Anda, anda!, ¡ lisca e cala, oh!

Cuando se ponen a discutir,  ninguno está de acuerdo con lo que opinaba el otro, sin embargo, las conversaciones a cuatro y en ocasiones hasta,  a seis bandas,  por lo general acababan con unas risas,  cuando no acababan en pelea de gallos. Los diálogos eran inconsistentes, incoherentes, ridículos,  ¡pero entre ellos se entienden! ya que hablan en un nexo de conexión inexplicable.

Un arqueólogo y su tropa: todos ellos sordos,  ciegos,  cojos, mancos y achacosos, ¡ se entienden entre ellos! De salir peleando igual que los gallitos,  aquí los tengo de nuevo mañana.  

(_¡Anda, anda!, ¡ lisca e cala, oh!_ expresión gallega. Idioma gallego)

“Cantares a José Andrés”

Qué bonita la historia simple

Porque no se cuentan muertos

Cuando se canta a la cultura

Cuando se vela en lo despierto

Qué bonita la vida de cuento

Cuál el mejor de los relatos

Dónde está el sentir placentero

Qué elocuencias se buscan

Más allá de lo no contado

De lo que yo no digo ni cuento

De lo que no me interesa

No hay siquiera poquito verso

Busquen ustedes en alguna parte

Busquen ustedes muy lejos

Encuentren porque me olvidé

Busquen porque no recuerdo.

Hoy me fui hasta la ciudad

En el camino se quedó mi cuerpo

Mi alma está de en Valparaíso

José Andrés a mi lado tengo

Ya camino y no estoy postrado

A lo lejos a la tropa veo

Hemos de contarnos historias

Miles de historias sin fundamento

Lo mismo dan nuestros huesos

La arqueología ya para otros

Jugaré con José Andrés a enroscarlo

Como un mapa de tesoros

Igual que pergamino o papiro

Y lo desenroscaré de nuevo

Para que me cuente más historias

Qué me puede contar del bastón o…

Historias que saber no debo.

María Preciosa Cabral Pérez.